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miércoles, 27 de mayo de 2020

El don del Espíritu Santo para nuestros días

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

"El don del Espíritu Santo: la franqueza, el valor, la parresia"

Sábado, 18 de abril de 2020





Introducción
Ayer recibí una carta de una religiosa que trabaja como traductora a la lengua de señas para sordomudos y me habló del trabajo tan difícil que tienen los trabajadores de la salud, los enfermeros, los médicos, con los pacientes discapacitados que se han contagiado de Covid-19. Recemos por ellos que están siempre al servicio de estas personas con habilidades diferentes, que no tienen las habilidades que nosotros tenemos.

Homilía
Los líderes, los ancianos, los escribas, al ver la franqueza con la que hablaban estos hombres, y sabiendo que era gente sin instrucción, que tal vez no sabían escribir, se asombraban. No entendían: “Es algo que no podemos entender, cómo esta gente es tan valiente, cómo tiene esta franqueza” (cf. Hch 4,13). Esta palabra es una palabra muy importante que se convierte en el estilo de los predicadores cristianos, también en el Libro de los Hechos de los Apóstoles: franqueza. Coraje. Esto lo dice todo. Decirlo claramente. Viene de la raíz griega de decir todo, y nosotros también usamos esta palabra muchas veces, precisamente la palabra griega, para indicar esto: parresia, franqueza, coraje. Y veían esta franqueza, este coraje, esta parresia en ellos y no entendían.
Franqueza. La valentía y la franqueza con que predicaban los primeros apóstoles... Por ejemplo, el Libro de los Hechos está lleno de esto: dice que Pablo y Bernabé trataron de explicar el misterio de Jesús a los judíos con franqueza y predicaron el Evangelio con franqueza.
Hay un versículo que me gusta mucho en la Carta a los Hebreos, cuando el autor de la Carta a los Hebreos se da cuenta de que hay algo en la comunidad que está decayendo, que se pierde algo, que hay una cierta tibieza, que estos cristianos se están volviendo tibios. Y dice esto —no recuerdo bien la cita...—, dice esto: “Traed a la memoria los primeros días, hubisteis de soportar un duro y doloroso combate: no perdáis ahora vuestra franqueza” (cf. Heb 10,32-35). “Recupera”, recuperar la franqueza, el valor cristiano para seguir adelante. No se puede ser cristiano sin que se dé esta franqueza: si no se da, no eres un buen cristiano. Si no tienes el coraje, si para explicar tu posición resbalas en ideologías o explicaciones casuísticas, te falta esa franqueza, te falta ese estilo cristiano, la libertad de hablar, de decirlo todo. El coraje.
Y luego vemos que los líderes, los ancianos, los escribas son víctimas, son víctimas de esta franqueza, porque los acorrala: no saben qué hacer.  Sabiendo “que eran hombres sin instrucción ni cultura, quedaban sorprendidos y los reconocían como los que habían estado con Jesús; y, al mismo tiempo, veían de pie, junto a ellos, al hombre que había sido curado; así que no podían replicar” (Hch 4,13-14). En vez de aceptar la verdad que veían, tenían el corazón tan cerrado que buscaron la vía de la diplomacia, la vía del compromiso: “Vamos a asustarlos, amenacémoslos y veamos si así se callan” (cf. Hch 4,16-17). La franqueza, realmente, los había acorralado: no sabían cómo salir. No se les ocurrió decir: “¿No será verdad esto?”. Su corazón estaba ya cerrado, era duro: el corazón estaba corrompido. Ese es uno de los dramas: la fuerza del Espíritu Santo que se manifiesta en esta franqueza de la predicación, en esta locura de la predicación, no puede entrar en los corazones corruptos. Por eso hemos de estar atentos: pecadores sí, corruptos nunca. Y no llegar a esta corrupción que tiene muchas maneras de manifestarse...
Pero, estaban arrinconados y no sabían qué decir. Y al final, encontraron un compromiso: “Amenacémoslos un poco, asustémoslos un poco”, y los invitaron, los llamaron de nuevo y les ordenaron, los invitaron a no hablar en ningún momento y a no enseñar en el nombre de Jesús. “Hagamos las paces: ustedes vayan en paz, pero no hablen en nombre de Jesús, no enseñen” (cf. Hch 4,18). Conocemos a Pedro: no era un valiente nato. Fue un cobarde, negó a Jesús. ¿Pero qué pasa ahora? Respondieron: “Pensad si Dios considera justo que os obedezcamos a vosotros antes que a Él. Nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hch 4,19-20). ¿Pero de dónde le viene el coraje a este cobarde que ha negado al Señor? ¿Qué ha pasado en el corazón de este hombre? El don del Espíritu Santo: la franqueza, el coraje, la parresia es un don, una gracia que el Espíritu Santo da el día de Pentecostés. Justo después de haber recibido el Espíritu Santo fueron a predicar: un poco valientes, algo nuevo para ellos. Esta es coherencia, el signo del cristiano, del verdadero cristiano: es valiente, dice toda la verdad porque es coherente.


Y a esta coherencia llama el Señor en el envío. Después de esta síntesis que hace Marcos en el Evangelio: “Habiendo resucitado al amanecer...” (16,9) —una síntesis de la resurrección—, “les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, por no haber creído a quienes le habían visto resucitado” (v. 14). Pero con la fuerza del Espíritu Santo —es el saludo de Jesús: “Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20,22) — y les dijo: “Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio a toda la creación” (Mc 16,15). Id con valor, con franqueza, no tengáis miedo. No —retomo el versículo de la Carta a los Hebreos —, “no perdáis vuestra franqueza, no perdáis este don del Espíritu Santo” (cf. Heb 10,35). La misión nace precisamente de aquí, de este don que nos hace valientes, francos al proclamar la Palabra.
Que el Señor nos ayude siempre a ser así: valientes. Esto no significa imprudentes: no, no. Valientes. El coraje cristiano es siempre prudente, pero es coraje.

Oración para recibir la Comunión espiritual
Las personas que no pueden recibir la comunión hacen ahora la comunión espiritual:
A tus pies me postro, ¡oh Jesús mío!, y te ofrezco el arrepentimiento de mi corazón contrito, que se hunde en la nada, ante tu santa Presencia. Te adoro en el Sacramento de tu amor, la inefable Eucaristía, y deseo recibirte en la pobre morada que te ofrece mi alma. Esperando la dicha de la comunión sacramental, quiero poseerte en espíritu. Ven a mí, puesto que yo vengo a ti, ¡oh mi Jesús!, y que tu amor inflame todo mi ser en la vida y en la muerte. Creo en ti, espero en ti, te amo.

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