en encuentro tuvo lugar en Maipú, mientras los jóvenes vitoreaban "Esta es la juventud del Papa"
Yo también Ariel estoy gozoso de estar con
ustedes. Gracias por tus palabras de bienvenida en nombre de todos los
presentes. Ciertamente estoy agradecido de compartir este tiempo con ustedes
que según leí ahí: “se bajaron del sofá y se pusieron los zapatos”. ¡Gracias!
Considero para mí importante encontrarnos, y caminar juntos un rato, ¡que nos
ayudemos a mirar para adelante! Y creo que también para ustedes es importante.
Gracias.
Y me alegra que este encuentro se realice aquí en
Maipú. En esta tierra donde con un abrazo de fraternidad se fundó la historia
de Chile; en este Santuario que se levanta en el cruce de los caminos del Norte
y del Sur, que une la nieve y el océano, y hace que el cielo y la tierra tengan
un hogar. Hogar para Chile, hogar para ustedes queridos jóvenes, donde la
Virgen del Carmen los espera y los recibe con el corazón abierto. Y así como
acompañó el nacimiento de esta Nación y acompañó a tantos chilenos a lo largo
de estos doscientos años, quiere seguir acompañando los sueños que Dios pone en
vuestro corazón: sueños de libertad, sueños de alegría, sueños de un futuro
mejor.
Y quise empezar por esta referencia a la Patria
porque el camino hacia adelante, los sueños que tienen que ser concretados, el
mirar siempre hacia el horizonte, se tienen que hacer con los pies en la tierra
y se empieza con los pies en la tierra de la Patria, y si ustedes no aman a su
Patria, yo no les creo que lleguen a amar a Jesús y que lleguen a amar a Dios.
El amor a la Patria es un amor a la madre, la llamamos Madre Patria porque aquí
nacimos, pero ella misma como toda madre nos enseña a caminar y se nos entrega
para que la hagamos sobrevivir a otras generaciones. Por eso quise empezar con
esta referencia de la Madre, de la Madre Patria. Si no son patriotas –no
patrioteros–, patriotas, no van a hacer nada en la vida. Quieran a su tierra,
chicas y chicos, quieran a su Chile, den lo mejor de ustedes por su Chile
En mi trabajo como obispo, pude descubrir que hay
muchas, pero muchas, buenas ideas en los corazones y en las mentes de los
jóvenes. Y eso es verdad, ustedes son inquietos, buscadores, idealistas. ¿Saben
quién tienen problemas?. El problema lo tenemos los grandes que cuando
escuchamos estos ideales, estas inquietudes de los jóvenes, con cara de
sabiondos decimos: “Piensa así porque es joven, ya va a madurar, o peor, ya
se va a corromper”. Y eso es verdad, detrás del “ya va a madurar” contra las
ilusiones y los sueños se esconde el tácito “ya se va a corromper”. ¡Cuidado
con eso! Madurar es crecer y hacer crecer los sueños y hacer crecer las
ilusiones, no bajar la guardia y dejarse comprar por dos “chirolas”, eso no es
madurar. Así que cuando los grandes pensamos eso, no le hagan caso.
Es por esta realidad de ustedes los jóvenes, les
quería hacer el anuncio de que he convocado el Sínodo de la fe, del
discernimiento en ustedes. Y además el encuentro de jóvenes, porque el Sínodo
lo hacemos los obispos, pensamos sobre los jóvenes, pero ya saben, le tengo
miedo a los filtros porque a veces las opiniones de los jóvenes para viajar a
Roma tienen que hacer varias conexiones y esas propuestas pueden llegar muy
filtradas, no por las compañías aéreas sino por los que las transcriben, por
eso antes quiero escuchar a los jóvenes y por eso se hace ese Encuentro de
jóvenes, encuentro donde ustedes van a ser los protagonistas, jóvenes de todo
el mundo, jóvenes católicos y jóvenes no católicos, jóvenes cristianos y de
otras religiones, y jóvenes que no saben si creen o no creen, todos, para
escucharlos, para escucharnos directamente, porque es importante que ustedes
hablen, que no se dejen callar.
Que nos digan lo que sienten, lo que piensan y eso
lo elaboren entre ustedes en los grupos de ese encuentro y después eso irá al
Sínodo, donde ciertamente habrá una representación de ustedes, pero el Sínodo
lo harán los obispos con la representación de ustedes que recogerá a todos. Así
que prepárense para ese encuentro y, para los que vayan a ese encuentro, darles
sus ideas, sus inquietudes, lo que vayan sintiendo en el corazón. ¡Cuánto
necesita de ustedes la Iglesia, y la Iglesia chilena, que nos «muevan el piso»,
nos ayuden a estar más cerca de Jesús!
Y déjenme contarles una anécdota. Charlando un día con un joven le
pregunté qué es lo que lo ponía de mal humor. “¿A vos qué te pone de mal
humor?” –porque el contexto se daba para hacer esa pregunta. Y él me dijo:
«cuando al celular se le acaba la batería o cuando pierdo la señal de
internet». Le pregunté: «¿Por qué?». Me responde: «Padre, es simple, me pierdo
todo lo que está pasando, me quedo fuera del mundo, como colgado. En esos
momentos, salgo corriendo a buscar un cargador o una red de wifi y la contraseña
para volverme a conectar». Esa respuesta me enseñó, me hizo pensar que con la
fe nos puede pasar lo mismo. Todos estamos entusiastas, la fe se renueva –que
un retiro, que una predicación, que un encuentro, que la visita del Papa–, la
fe crece pero después de un tiempo de camino o del «embale» inicial, hay
momentos en los que sin darnos cuenta comienza a bajar «nuestro ancho de
banda», despacito, y aquel entusiasmo, aquel querer estar conectados con Jesús
se empieza a perder, y empezamos a quedarnos sin conexión, sin batería, y
entonces nos gana el mal humor, nos volvemos descreídos, tristes, sin fuerza, y
todo lo empezamos a ver mal. Al quedarnos sin esta «conexión» que es la que le
da vida a nuestros sueños, el corazón empieza a perder fuerza, a quedarse
también sin batería y como dice esa canción: «El ruido ambiente y soledad de la
ciudad nos aíslan de todo. El mundo que gira al revés pretende sumergirme en él
ahogando mis ideas»[1].
¿Les pasó esto alguna vez? No, no, cada cual se contesta adentro, no quiero
hacer pasar vergüenza a los que no les pasó. A mí me pasó.
Sin conexión, sin la conexión con
Jesús, sin esta conexión terminamos ahogando nuestras ideas, ahogando nuestros
sueños, ahogando nuestra fe y, claro, nos llenamos de mal humor. De
protagonistas —que lo somos y lo queremos ser— podemos llegar a sentir que vale
lo mismo hacer algo que no hacerlo: “¿Para qué te vas a gastar? Mirá –el joven
pesimista–: Pasála bien, dejá, todas estas cosas sabemos cómo terminan, el
mundo no cambia, tomálo con soda y andá para adelante”. Y quedamos
desconectados de la realidad y de lo que está pasando en «el mundo». Y
quedamos, sentimos que quedamos, «fuera del mundo», en “mi mundito” donde estoy
tranquilo, en mi sofá, ahí. Me preocupa cuando, al perder «señal», muchos
sienten que no tienen nada que aportar y quedan como perdidos: “Pará, vos tenés
algo que dar” – “No mirá esto es un desastre, yo trato de estudiar, tener un
título, casarme, pero basta, no quiero líos, termina todo mal”. Eso es cuando
se pierde la conexión. Nunca pienses que no tienes nada que aportar o que no le
haces falta a nadie: “Le haces falta a mucha gente y esto pensálo”. Cada uno de
ustedes piénselo en su corazón: “Yo le hago falta a mucha gente”. Ese
pensamiento, como le gustaba decir a Hurtado, «es el consejo del diablo» –“no
le hago falta a nadie”–, que quiere hacerte sentir que no vales nada… pero para
dejar las cosas como están, por eso te hace sentir que no vales nada, para que
nada cambie, porque el único que puede hacer un cambio en la sociedad es el
joven, uno de ustedes. Nosotros ya estamos del otro lado. (Otro joven de los
presentes se desmaya) Y gracias, entre paréntesis, porque estos desmayos son un
signo de lo que están sintiendo muchos de ustedes. ¿Desde qué hora están acá,
me lo dicen? (Los jóvenes responden) ¡Gracias! Todos, decía, somos importantes
y todos tenemos algo que aportar. Con un “cachitito” de silencio se pregunta
cada uno –en serio, mírense en su corazón–: “¿Qué tengo yo para aportar en la
vida?”. Y cuántos de ustedes sienten las ganas de decir: “No sé”. ¿No sabés lo
que tenés para aportar? Lo tenés adentro y no lo conocés. Apuráte a encontrarlo
para aportar. El mundo te necesita, la patria te necesita, la sociedad te
necesita, vos tenés algo que aportar, no pierdas la conexión.
Los jóvenes del Evangelio que
escuchamos hoy querían esa «señal», buscaban esa señal que los ayudara a
mantener vivo el fuego en sus corazones. Esos jóvenes, que estaban ahí con Juan
Bautista, querían saber cómo cargar la batería del corazón. Andrés y el otro
discípulo —que no dice el nombre, y podemos pensar que ese otro discípulo puede
ser cada uno de nosotros— buscaban la contraseña para conectarse con Aquel que
es «Camino, Verdad y Vida» (Jn 14,6). A ellos los guió Juan el
Bautista. Y creo que ustedes tienen un gran santo que les puede hacer de guía,
un santo que iba cantando con su vida: «contento, Señor, contento». Hurtado
tenía una regla de oro, una regla para encender su corazón con ese fuego capaz
de mantener viva la alegría. Porque Jesús es ese fuego al cual quien se acerca
queda encendido.
Y la contraseña de Hurtado para
reconectar, para mantener la señal es muy simple —seguro que ninguno de ustedes
trajo un teléfono, ¿no? Me gustaría que la anotaran en el teléfono, a ver si se
animan, yo se las dicto–. Hurtado se pregunta –esta es la
contraseña–: «¿Qué haría Cristo en mi lugar?». Los que pueden anótenlo: «¿Qué
haría Cristo en mi lugar?». «¿Qué haría Cristo en mi lugar, en la escuela, en
la universidad, en la calle, en la casa, entre amigos, en el trabajo; frente al
que le hacen bullying: «¿Qué haría Cristo en mi lugar?». Cuando
salen a bailar, cuando están haciendo deportes o van al estadio: «¿Qué haría
Cristo en mi lugar?». Esa es la contraseña, esa es la batería para encender
nuestro corazón y encender la fe y encender la chispa en los ojos que no se les
vaya. Eso es ser protagonistas de la historia. Ojos chispeantes porque
descubrimos que Jesús es fuente de vida y de alegría. Protagonistas de la
historia, porque queremos contagiar esa chispa en tantos corazones apagados,
opacos que se olvidaron de lo que es esperar; en tantos que son «fomes» y
esperan que alguien los invite y los desafíe con algo que valga la pena. Ser
protagonistas es hacer lo que hizo Jesús. Allí donde estés, con quien te
encuentres y a la hora en que te encuentres: «¿Qué haría Jesús en mi lugar?».
¿Cargaron la contraseña? (Los jóvenes responde: “Sí”). Y la única manera de no
olvidarse de la contraseña es usarla, sino no va a pasar lo que… –claro esto es
de mi época, no de la de ustedes, pero por ahí saben algo–, lo que les pasó a
los tres chiflados en aquel film que arman un asalto, un robo, una caja fuerte,
todo pensado, todo, y cuando llegan se olvidaron de la contraseña, se olvidaron
de la clave. Si no usan la contraseña se la van a olvidar. ¡Cárguenla en el
corazón! ¿Cómo era la contraseña? (R: «¿Qué haría Cristo en mi lugar?») Esa es
la contraseña. ¡Repítanla, pero úsenla, úsenla! –¿Qué haría Cristo en mi
lugar?–. Y hay que usarla todos los días. Llegará el momento que
se la van a saber de memoria y llegará el día en que, sin darse cuenta, y
llegará el día en que, sin darse cuenta, el corazón de cada uno de ustedes
latirá como el corazón de Jesús.
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